Madrid, Teatro Alfil, 26 de Diciembre de 2012, 22h.
Se abren las puertas, una ráfaga de frío se cuela en el teatro. Entra el público. Se cierran las puertas. No hay telón. El Poetry Slam es abierto. Música de fondo.
Se abren las puertas, una ráfaga de frío se cuela en el teatro. Entra el público. Se cierran las puertas. No hay telón. El Poetry Slam es abierto. Música de fondo.
En el escenario, Bolo, el Padrino
madrileño de la poesía al margen de mafias editoriales, sustituye
a nuestro Luis J. Lambas, a quien el invierno le ha impedido
presentar hoy. Bolo empieza elegantemente, con el abrigo puesto, para
que el invierno no se lo lleve también a él. Es tan alto como Luis,
podrá defenderse.
Felicita a Dani Orviz, ganador del
Poetry Slam Europeo, uno de los nuestros.
El escenario tiene un toque victoriano:
un reloj dorado, sillas tapizadas, y lazo, mucho lazo, sin atar.
Así es la poesía, como un lazo sin
atar.
Habla de la Vanidad. La Navidad no, la
Vanidad. Se ha escrito tanto del ego de los poetas...Empieza el sorteo.
Primer poeta, Marcos Nogales. Debuta
esta noche en el Poetry, viene de Móstoles. Pasa la semana en un
internado, pero esto no ha mermado su espíritu. Es joven, fresco, y
el único que esta noche se atreve a hablarnos de la Navidad tal y
como la conocemos. A pesar de la decadencia de la fiesta nos
recuerda “que podemos ser felices sin nada más que ilusión” y
nos habla de los reyes “que hasta a los republicanos les caen
bien”. Se lleva 18 puntos.
Le sigue Antonio Díez, una bestia de
escena, enemigo de logopedas, por su perfecta y rápida dicción con
la que articula versos que empiezan en infinito y acaban en curva.
Bolo le presenta como “un chico que se lleva mal con todos los
poderes”. Canta sin cantar “algo se muere en el alma cuando se
cierra un hospital”,y pasa de Díaz Ferrán, cantando sin cantar
su versión de Vainica Doble de “con las manos en la masa”, a un Verano Azul con Vacaciones Marsans. Crítica pura y
demoledora. 23 puntos.
Recita ahora Clara Mente, que fue quien llevaba las
puntuaciones en los inicios del slam en Madrid, hasta que se fue a Alemania. Vuelve por Navidad, como
una hija. Siempre escribió. Lo hace muy bien y nos regala una carta
de amor dedicada a alguien del público que no sabía que iba a
recitar. Sí, no hace falta ir a la tele para dar sorpresas. 17 puntos.
Diego Mattarucco sube a escena. Se
concentra, respira, y empieza el torbellino de gestos y palabras.
Éstas reverberan como su poema a Verónica en el que confiesa: “mis
recuerdos me tienen entre cuerdas, ¿cuál es mi delito?”. Su
delito es el nuestro, escribir en estos tiempos. 26 puntos. Pero el gran delito, el que nos
preocupa, son las armas. La poesía es actualidad y el siguiente
poeta, Jose Manuel, lo deja claro. Nos llega con su enumeración de
armas para niños, “desde la cuna”, de “armas como extensión
de la libertad, como terapia”. Para mí, de los poemas más
interesantes de la noche. Intenso y sincero. El público lo valora
menos. 21 puntos.
Bolo se mueve alegremente por el
escenario y nos recuerda que “la poesía es lo único que soporta
todo”. Totalmente de acuerdo.
Sube Silvia
Nieva. Queda una frase que nos recuerda la resistencia ante quienes
nos definen y pretenden decirnos lo que somos, hundirnos en la
miseria de la “búsqueda de techo insuficiente”: “prohibido
pensar que no merecemos la supervivencia”. Pensadlo. 23 puntos. El escenario se
cubre de dureza. Ella deja siempre una sensación de cuerda tensa.
Una poeta nueva
sube al escenario, deshace el nudo de la cuerda y lo desliza por un
continuo de belleza. Se llama Beatriz Bañuelos y escribe sobre la
piel. Porque nunca definimos a las personas por su piel. El peso de
la piel, “no somos conscientes de su peso”, “ella sola se
defiende”, “sin deseo la piel se atrofia”. El poema nos
recorre el cuerpo, llevado por su voz potente. Que no digan que el
slam no es poesía. Que no digan que la poesía no merece gobernar el
mundo, desde la piel. El público lo
intuye: 24 puntos. Queremos que vuelva.
El talento no se
baja del escenario. Lo releva Jose Miguel González, nuevo en el
slam. Un señor. Nos habla de la felicidad “queremos ser felices
aquí, sobre la tierra”. Lo dice tan rotundamente, que creemos que
es posible. Su poema “no me jodas” es un alegato al humor
cotidiano. “cuando te niegas a joder, calcando la estrategia del
abstemio (…), no me jodas”. Deja sitio para la lírica en un
segundo poema corto “a lo mejor la vida y la muerte son dos chicas
que se aman largamente”. Alguien del
público pregunta si tiene él tiene un libro. Bien. Porque el slam
es así, participativo. No es un show que termina y cada uno a su
casa. Hay secuelas. El público le premia con 24 puntos.
Continúa Rafael
Carvajal, ganador del mes anterior. Bolo lo presenta como “alguien
que por cada poro de su piel está extrayendo todo el dolor que ha
absorbido en su vida”. Intenso. Rafael impacta con versos como “el
mundo está hecho para los débiles” “el mundo es un concurso
amañado. Todos comen del cadáver”, y le pide a su corazón que
espere, que él está a su lado. La autenticidad levanta al público.
26 puntos.
La belleza dura
da paso a la belleza de la voz de Maya. Canta. Maravillosamente. Pero
el Poetry
tiene que ser predominantemente recitado. No puntúa.
Quizá fue un poco rigurosamente descalificada. Todos lo sentimos.
El slam tiene un formato que no hemos decidido nosotros. Pero es un
juego.
Sube Uriel,
poeta nuevo en esta escena, habla de los viajes en el tiempo. Y sí,
la poesía es un viaje en el tiempo. Nos lleva desde lo que vemos a
lo que somos o creemos. Lee desde el
móvil. Pensamos que este aparato podría llevárselo a otra
dimensión, donde él vuelva a nacer, mientras se pregunta “¿estaré
vacío al nacer?”. 19 puntos.
Continúa El
Cable Azul, un habitual del slam, y se nota. Proyecta la voz, y
recita seguro y convencido. Presenta la secuela de “se han vuelto
locos estos romanos”, su poema fetiche. Repasa todos los temas de
preocupación actuales, desde los desahucios, hasta la actitud
policial en las manifestaciones “hay un policía detrás de cada
lámpara, sin placa, y que no sale en la foto”. Demuestra una vez
más el poder de la poesía como transmisora de la rabia colectiva.
Gusta. 25 puntos.
Para terminar,
Juan Andrés Cuéllar recita un poema
lírico, que habla de la libertad, el amor y los sueños. Permanece
la imagen de “inmensas alacenas de la soledad”.
Así,
almacenadas en alacenas, quedan las palabras de estos 13 poetas. Y
como el 13 es solo un número, vuelve a salir Maya, nos hemos quedado
con las ganas de su poesía. Recita un micropoema sobre el silencio y
la comunicación. 18 puntos.
Damos paso a los
finalistas que recitan por orden de aparición: Cable Azul, Diego
Mattarucco, y Rafael Carvajal.
Cable recita un
poema sobre el fin del mundo que puede recitar porque no ha ocurrido.
Se oyen bravos.
Mattarucco dice
que su poema “Decadencia aldente” es una prueba, que el slam es
su espacio para jugar. Ha entendido el espíritu. Aplausos.
Rafael comienza.
Silencio seguido de “No soy nadie, no tengo perfume que me acoja”.
Y llena el escenario de verdad, con esa verdad espesa que nos habla
de lo que somos. La Vanidad de la que hablaba Bolo se esconde
avergonzada. Rafael confiesa: “me gusta hacer las cosas al revés.
No tengo novia. Escribí un poema a mi futura novia antes de
tenerla”. Él no escribe para ser oído. Nos comunica su diálogo
interior. Y le agradecemos tanto que lo haga, que el público aplaude
y aplaude hasta que el aplausómetro – duración e intensidad de
los aplausos – le proclaman ganador de esta edición de Poetry
Slam.
El premio lo
entrega Luis J. Lambas, que recupera la fuerza justa para este
momento. Bolo pide que
todos los poetas suban a escena porque somos un equipo de viajeros en
el tiempo. Él reparte regalos a poetas y al público. Regalos que ha
traído él, porque los poetas somos generosos.
Así termina el
año slam, sobreviviendo al fin del mundo y al fin de la Vanidad. Música de fondo.
Gertrude
P. Lombard.
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