Poetry Slam Olímpico: Madrid,
Agosto 2012
Primero empieza con una
música y un goteo tímido de público, pero el público no es
tímido. El público habla, toma algo, ve, por fin, a Pumuki Poetry,
la DJ residente en el Poetry Slam.
Sale un semidios envuelto
en una túnica. Explica lo que es ser semidios hoy. Cuenta que la
poesía tenía para los antiguos tanta importancia que se incluía en
los planes de educación, en las diversiones públicas, en los
mismísimos Juegos Olímpicos. Y es cierto. Los griegos buscaban la
armonía del universo y cuando veían la música, la poesía,
encontraban la armonía del hombre, pistas para entender el mundo, la
impronta de los dioses. Al barón de Coubertin no se le ocurrió
borrar la poesía del programa olímpico, eso se hizo durante la
resaca de la segunda guerra mundial, cuando la guerra fría, cuando
la proliferación de armas atómicas, cuando las guerras
paradisíacas. Cuando el hombre ha estado más cerca de perder la
cabeza.
Aquí, en Madrid, en el
teatro Alfil, el Poetry Slam reivindicó el olimpismo de la poesía.
Ya que el Poetry Slam es una competición, ya que el espíritu que lo
alimenta es deportivo.
A mí me recordó a un
resumen de los Juegos, en el que ves, sin solución de continuidad un
poco de esgrima, un poco de fútbol, un lanzamiento de disco, boxeo,
natación, hockey sobre hierba, cien metros lisos, gimnasia
artística, maratón…
Por eso digo siempre que
puedo que el Poetry Slam no es justo ni quiere serlo. Que la poesía
de todos hace de este espectáculo algo complejo, la competición
simplemente lo compacta.
El primer poeta en subir,
el “sacrificado del público”, fue esta vez Francisco Javier
García García. Su poesía, autodefinida como vanguardista, hizo que
el público abriera los ojos como platos, puedo decir que hubo
división de opiniones. Lo que está claro es que gente así
enriquece el panorama.
Tras él subió Silvia
Nieva, que comenzó con un efectivo minuto de silencio; después
siguió diciendo: “La poesía es un intento /no he ganado nada /
compiten otros”. Este poema fue, como lo suelen ser los de Nieva,
de los más líricos de la noche, y como el público reconoce este
hecho, la hizo recitar más tarde de nuevo en la final.
Ángela Angulo siguió
transitando por su mundo interior con su peculiar y rítmico estilo,
echando mano de Rubén Darío esta vez con un “la tristeza está
triste” más decadente y modernista aún que el original.
Jaime Lorente me recordó
a un actor haciendo de poeta, pero, dado que el poema era suyo, creo
que tal vez estaba siendo un poeta haciendo de actor, o un poeta
haciendo de actor-haciendo-de-poeta, o, peor, un poeta haciendo de
poeta. En cualquier caso, el público detecta esas mínimas
imposturas y te las hace pagar. Porque lo que no se puede discutir es
que Jaime tiene talento. Quizá le faltó eso que los actores llaman
“verdad”, o le sobró.
Maya, que empieza a ser
habitual en el Slam, hizo de niña buena, pero no hay niñas buenas
que digan las cosas que dice Maya. Preguntaba “¿quién soy yo para
hablar de poesía?” y yo respondo: nadie. Porque de lo que no se
puede hablar hay que callar. Aún así, yo mismo estoy hablando,
aunque por poco tiempo ya, de ella. Y me encanta esta indefinición
de no saber si “ella” es Maya o la poesía, porque de eso se
trata lo de escribir.
El Cable Azul sufre el
mal del slammer. Llega siempre a la final. No es fácil escribir dos
poemas decentes al mes, ergo se repite de vez en cuando. Es
una práctica peligrosa, porque el público que te ha votado se
acuerda bien de ti. En economía a esto se le llama utilidad
marginal: la utilidad que proporciona el consumo de un bien depende
de la cantidad de ese bien que haya consumido el individuo. Cada vez
que se vuelve a consumir su utilidad es menor. A no ser, añado yo,
que ese bien sea una obra maestra, como la tercera sinfonía de
Beethoven o como El Gran Lebowski. Cable recitó “Nos volveremos
locos y seremos esclavos del César”. No sé yo.
Delia Aguiar es una poeta
como la copa de un pino, pero en el Slam uno debe controlar su propio
personaje, ya sea porque lo finge muy bien, o porque lo asume. Si no,
el poeta-slammer queda a merced del público, que empieza a hacer de
crítico: de poesía, de actuación, de prosodia… de moda… y ahí,
en esa distancia, se pierden mutuamente público y poeta.
Diego Mattarucco. Ganó.
Lucas Peregrini.
Transcribo mis notas: Nervioso. Joven. Buena voz. Pero resulta
que cuando iba a concretar se le apagaba esa voz tan espléndida y yo
no oía las últimas palabras de los versos decisivos, lo cual, en el
Slam, es un pecado mortal.
Después llegó un
profesional del escenario. Buscador de versos. Me suena su nombre,
aunque en escena no lo había visto antes. Pero digo que es un
profesional porque lo parecía, y si lo pareces lo eres. No importa
si cobras o no, si eres profesor, coach, entrenador de futbol, poeta
o pescadero. Si puedes decir en el escenario del teatro Alfil en voz
alta y clara “No me sale del negro atardecer de mis cojones”, ya
no hace falta más aprendizaje. Eres un animal de escena.
Alejandro Panés tiene lo
que hay que tener, también, pero de otra manera. Dijo: “Madrid
está pariendo por el retrovisor una boina de luz demasiado real” y
a mí eso me parece poesía y quiero que vuelva, porque quizá se fue
pensando que no había gustado, dada su puntuación. Hay que avisar a
aquellos que vienen por primera vez al Slam de que la puntuación no
es un argumento fiable para saber cómo lo ha hecho uno. La
puntuación en el Slam es lo único que importa y, por tanto, no
tiene ninguna importancia.
Y como un espontáneo,
con los trastos de torear en una mano y la ilusión en la boca, saltó
al ruedo poético Antonio Martín. Fue llamado por error al tratarse
del primer poeta de reserva. Y esa es la magia del teatro, una vez
dicho tu nombre, tu cuerpo se materializa. Menos mal, porque su
actuación fue un show dentro de un show en mitad de un show. ¿Quién
es Maya para hablar de poesía? ¿Quién es nadie, estando este tío
presente? Un teórico, señoras y señores. De la poesía
rudimentaria, sí, pero de la poesía al fin y al cabo. Y mientras
nos explicaba que es eso de la poesía rudimentaria, nos la
leyó toda. Dejo una muestra: “Pasar del LSD al ADSL no es fácil”.
Brillante.
Terminó Abel Ezequiel,
conocido también como Paisaje en grano de arena. Poeta catalán,
simpático, muy serio, curtido en mil batallas poéticas y de las
otras. Que nunca se anunciaría en la sección de contactos del
periódico, aunque si lo hace le acabo de hacer aquí yo el anuncio.
“Camino y no te encuentro, ciudad”. Tal vez el público estaba ya
cansado, o vete tú a saber, -así funciona esto- pero a mí me
hubiera gustado verle recitar otro poema más.
Llegó la final, para la
que se habían clasificado Silvia Nieva, El Cable Azul y Diego
Mattarucco.
Silvia Nieva recitó un
poema mejor aún que el primero, “la poesía tiene que caer”,
decía ella. Búsquenlo, digo yo.
El Cable Azul también,
para mi gusto, hizo uno mejor que el primero, que contiene versos
como “castillos de siempre sin parra para gigantes con pies de
barro”, o “pero nunca vamos a ninguna parte a la que se pueda
llegar en coche”. Búsquenlo, también.
Diego Mattarucco arrasó.
Y no he dicho nada antes porque si el primer poeta, Francisco Javier
García García, abrió los ojos del público, el último hizo lo
propio con las bocas. La gente no está acostumbrada ni preparada
para lo que hace Diego. Uno no va a un “recital de poesía”
pensando que se va a encontrar una cosa así. Pero claro, esto no es
un “recital”, es Poetry Slam, y Mattarucco arrasa allá por donde
va, o a veces no, pero no deja indiferente nunca al público. La
cuestión, como siempre, son las expectativas, y él las pulveriza.
Aunque la próxima vez, che, no aproveches la victoria para recitar
un poema de siete minutos, que se me ocurrió grabarte y casi me
fundes la memoria del teléfono.
Paul Itfish
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